viernes, 14 de enero de 2011

Capítulo dos.

I


Sun Köiv se llevó una mano a su colgante y, empujándolo con el dedo índice, hizo tintinear el pequeño cascabel dorado que pendía de él.
Alzó la vista hacia el cielo, con los labios entreabiertos, que dejaban escapar vaho al respirar y el ceño fruncido, como si mostrara su desacuerdo a las nubes que encapotaban el sol que a ella tanto le gustaba sentir.
La joven, sentada en el escalón marmóreo que conducía a su casa, se dejó caer hasta apoyar la espalda en la puerta de madera. Cerró los ojos por un momento, imaginando que estaba sola en el mundo y que ningún pensamiento escuchado sin querer enturbiaba ahora su mente. Pero claro que lo hacían. Sun podía leer la mente de los demás aunque su casa se encontrase a las afueras, cerca del bosque.
Optó por levantarse y hacer una escapada al mercadillo. No era una chica muy cotilla, pero sin embargo esta vez necesitaba escuchar los problemas absurdos de los demás para dejar de preocuparse por los suyos durante unos momentos.
-¿Te gusta esto?- preguntó una mujer a su esposo. Éste sonrió complacido ante la camisa que su esposa le tendía.
-Claro, cielo- contestó. “Es horrible” escuchó Sun en su mente, que suspiró y una vez más preguntó por qué la gente era tan falsa. Sin embargo, la pregunta navegó, suspendida en el aire, a la deriva, sin ninguna respuesta coherente que la llevase a tierra firme.
La joven continuó caminando, internándose en el corazón del pueblo, dónde la gente se arremolinaba, formando hacinamientos y empujándose. Tras la marea de personas y tiendas apelotonadas, Sun pudo distinguir una forma alargada que merodeaba avanzando en zigzag, olisqueando el aire y sorteando la gente con soltura y elegancia.
Era un lobo. De ojos oscuros y pelaje canela claro. Sin embargo, era más pequeño que un hombre lobo joven y el color de su pelo no era propio de un fenrir, acostumbrados a tener el pelaje oscuro.
Guiada por la curiosidad, Sun vadeó la masa humana abriéndose paso a empujones y casi corriendo, intentando alcanzar al extraño animal. Se recriminó a sí misma porque no se creía tan cotilla, pero en ese momento le importaba bien poco.
Casi sin aliento y la respiración entrecortada, la joven logró alcanzarlo, parándose en medio de la calle, tras el animal que, si la había oído llegar, no le había dado importancia y se había sentado muy recto, con las orejas erguidas y el mentón levantado. De verdad parecía estar buscando algo a alguien, pero en caso de tratarse de un lobo normal o de un fenrir, sabría que en la ciudades y pueblos no podrían conseguir nada de alimento y si fuera un hombre lobo buscando a un compañero perdido, no se habría atrevido a merodear tan cerca de las personas, sabiendo que esa noche era luna nueva.
Sun carraspeó para atraer la atención del lobo. Una parte de ella se asustó, escandalizada, diciéndole que lo más sensato era irse de allí, ahora que estaba a tiempo. Sin embargo, y para su desgracia, pudo más la parte curiosa que la llevó a plantar los pies en el suelo para no salir corriendo despavorida. El animal volvió la cabeza lentamente, con desinterés.
-Eh…hola- saludó Sun titubeando. Se maldijo por no tener otra cosa más coherente que decir.
El lobo ladeó la cabeza, inquisitivo, se levantó y de nuevo volvió a mirar al frente, sin prestar atención alguna a la chica. Ésta frunció el ceño, indecisa.
-¿Qué eres?-se atrevió a preguntar.
El lobo pareció suspirar con cansancio y gruñó un poco. Algo brilló vacilantemente. Se trataba de una perla verde, atada al cuello del animal. Sun recordó haberlo visto en algún sitio o alguna persona muy cercana a ella, pero no recordaba y chasqueó la lengua con frustración.

-Dawn- repitió el joven, suspirando exageradamente- Acabaré por irme sin ti y sabes que soy capaz.
-Muérete un rato, Will- contestó ella, aún ante el espejo, recogiéndose el pelo castaño en una cola alta.
-Vale, pero llegaremos tarde- advirtió el chico de nuevo. Dawn Steiner le lanzó a su hermano una mirada asesina. Odiaba que le metieran prisa y, además, sólo era una estúpida fiesta de bienvenida para la princesa Serena, ¿qué más daría llegar tarde?
-Retrasarse es elegante- dijo la joven, acercando el rostro al espejo de su tocador, buscando alguna imperfección en su maquillaje.
-Ah, ¿si?- contestó William-, pues preveo que vamos a ser los más elegantes de todo el reino.
La joven dejó escapar un suspiro de cansancio. Se miró por última vez. Llevaba el pelo castaño en una cola perfectamente recogida, sin ningún cabello fuera de lugar. Su vestido era largo hasta el suelo, blanco y de corte griego. Conforme con su reflejo, se volvió hacia Will, que ahora sostenía un broche plateado con forma de mariposa.
-Me lo regaló mamá- informó Dawn.
-¿Antes de irse otra vez?- escupió el chico con rabia contenida.
-Will- suspiró ella- hemos hablado de esto muchas veces…, papá y mamá tienen que viajar mucho, ya lo sabes.
-Y cuando no tienen que hacerlo, también se van- reprochó el chico.
-¿De dónde crees que sale todo este dinero?- preguntó la joven mirando a su alrededor- Los nefilim tenemos una reputación que mantener.
-¿Reputación?- dijo Will asqueado- pero si somos los lame culos del rey. ¿Qué reputación es la que hay que mantener, Dawn? A mí eso me da igual. Renunciaría a todo sólo por pasar un solo día con nuestros padres. Recuerda el año pasado, el día de Zeus.
-Ellos vinieron.
-Sí, cierto. Brindaron con nosotros y se fueron a un restaurante con sus compañeros de trabajo. No pasaron ni dos horas con nosotros.
Dawn bajó la vista, abatida. Sabía de sobra que las palabras de su hermano eran todas ciertas, pero ella quería seguir confiando en que sus padres no se olvidaban de ellos. Sin embargo, Will no era capaz de ocultar más su malestar y algunas veces no tenía más remedio que estallar y vaciar un poco su corazón, si no quería que todo el odio y la rabia lo hundiesen. Y Dawn lo entendía. Pero, sin embargo, no podía dejar de pensar que él podía ser algo más permisivo y estable.
-Llegaremos tarde- apuntó ella sin querer discutir más.

sábado, 8 de enero de 2011

Capítulo uno.

III


Apenas habían cruzado la frontera del reino, cuando el alto castillo blanco inmaculado de Eulia ya se vislumbraba, alzándose en todo su esplendor. Parecía dar la bienvenida al amanecer, con sus altos torreones, que daban la impresión de elevarse por encima de las nubes.
Serena se encogió en su asiento a causa del frío, intentando alargar más el cuello para ver mejor por la ventana del carruaje. El cielo se había teñido de gris con la llegada de la mañana y la nevada se hacía incipiente.
La princesa volvió el rostro hacia el interior del vehículo y decidió sentarse bien, pensando que casi parecía un perrito asomado a la ventana de un coche que un día vio de pequeña al viajar al mundo humano. La comparación le hizo soltar una pequeña risita y Helios, que estaba sentado a su lado, se volvió hacia ella.
-¿Por qué ríes?
-Nada, olvídalo- Serena miró de nuevo por la ventana- Mira, ya hemos llegado.
Unos minutos más tarde, el cochero detuvo el carruaje frente a las puertas enormes del castillo. Los caballos resoplaron con fuerza y sacudieron la cabeza, cansados por tan largo viaje.
Helios bajó del carro y al momento lo rodeó y abrió la puerta a la princesa, que se dejó agarrar por la cintura para ser bajada.
El rey Kresthian y su esposa Mailia, habían aceptado con gusto que la joven se hospedara en el mismo castillo, en una lujosa habitación de invitados, dónde Helios dejó sus maletas. Serena, ahora sola, miraba la habitación con curiosidad mientras ordenaba la ropa en el armario de madera oscura.
Se desvistió y se puso una sencilla camiseta junto a unos pantalones vaqueros y sus bailarinas preferidas. Hacía tan sólo dos años que la ropa humana era vendida en tiendas corrientes a precios bajos y accesibles, cuando antes valían alto precio y sólo se encontraban en establecimientos especializados.
Atravesó el largo corredor sin ni siquiera avisar a Helios de su salida y, ya en el exterior, llamó a su cochero, indicándole que quería ir a la capital del reino, famosa por sus mercadillos, aunque más de la mitad de la población no llegaban a ser de media clase y el índice de robos era cada ve más alto a causa de la creciente pobreza.
Tríare no se encontraba muy lejos del castillo, pero era un camino arduo para recorrerlo a pie.

Jack abrió los ojos, sobresaltado por un escalofrío. Se frotó el rostro con las manos y se levantó, con la espalda dolorida por pasar la noche al raso, dormido sobre la piedra de las calles.
A su fina nariz llegaban todos los olores de la ciudad, además de varios que apenas reconocía entre la marea de fragancias. Nunca había soportado el ambiente de las ciudades y pueblos, con tantos olores, normalmente apestosos para él, y demasiada gente que pululaban por las estrechas calles. Prefería el bosque, sin duda. Pero su nariz lo había conducido hacia un olor extraño y familiar a la vez, que lo había obligado a dejar Valerian e internarse en Eulia, o más concretamente en la capital de la misma para encontrarse con sus recuerdos, con Erik, que aún yacía dormido escasos centímetros más allá.
El joven hombre lobo se pasó una mano por sus anaranjados cabellos ondulados que le caían sobre los ojos y le molestaban sumamente. Algún día se los cortaría. El color de su iris fácilmente se achacaba al mismo tono verde oscuro del corazón del bosque. Verde musgo, como una vez lo había definido Annie, una compañera suya en la manada.
Esa noche era luna llena y no podía evitar sentirse nervioso y excitado. Era sólo su quinta luna y aún la transformación le resultaba dolorosa, aunque había aprendido a controlarse y pensar racionalmente cuando era lobo. En sus tres primeras lunas, al ser más novato, al día siguiente se despertaba en algún lugar desconocido sin recordar lo ocurrido. Ahora, capaz de controlarse, recordaba una parte, pero se conformaba con saber que no había matado a nadie sin saberlo, como Ulrik, el actual alfa, que Jack dudaba que siguiera al mando.
Jack comenzó a caminar por las angostas calles ya abarrotadas de gente. Estaba cerca del mercadillo y el olor a muchedumbre se hacía mas intenso con cada paso.
Necesitaba salir de la urbe por un rato, aunque el bosque de Eulia no era tan frondoso ni mágico, estaría mucho mejor que allí, rodeado de personas.
Una chica llamó su atención. Vestía con ropas humanas sencillas y tenía el cabello largo y rubio, además de ojos azul oscuro, de mirada afable.
A pesar de sus pobres ropas, parecía poseer más riqueza que todo el pueblo junto. “Debe ser la princesa” pensó Jack con desinterés.
Continuó caminando. Pronto salió del pueblo y se internaba más en el bosque, pequeño y de hierba corta. Los árboles se erguían proyectando una agradable sombra, aunque no eran ni la mitad de altos que los de Kaulib Kalée.
Con un suspiro de alivio, se sentó bajo uno. Podría haberse alejado más, pero allí podía oler aún a Erik y vigilar que no le ocurriera nada. Los lobos se caracterizaban por ser independientes y solitarios, pero fieles a su manada, como contradicción. Necesitaba estar sólo, pero a la vez no se permitía abandonar a su compañero durante mucho tiempo.
Un ruido captó su atención. Algo caminaba a paso ligero hasta las fronteras de la ciudad, dónde la acera colisionaba con la hierba.
Tenía el hocico alargado y parecía estar olisqueando su alrededor buscando algo. Sus orejas estaban erguidas, atento a cualquier sonido. Era otro lobo, de pelaje dorado oscuro, pajizo. Era más pequeño que un hombre lobo, por lo que Jack descartó la idea, sin embargo era escasos centímetros más alto que un lobo corriente o un fenrir y olía a magia por los cuatro costados.
La mirada castaña del lobo se cruzó con la suya. El animal le gruñó y se dio la vuelta, resistiendo el impulso de atacarle, pues no estaba allí para eso.
Antes de desaparecer de su vista en dirección a la ciudad, Jack advirtió que llevaba un colgante alrededor de la garganta, con una perla verde brillante atada a los extremos, apenas visible bajo el pelo.
¿Quién sería el extraño individuo?

Capítulo uno.

II


La maleta yacía en la cama, abierta, como una criatura esperando que le arrojen comida. Sin embargo, aún estaba vacía. La princesa la observaba con ojos vidriosos por las lágrimas y sin expresión ninguna, si bien estaba deseando con todas sus fuerzas que la maleta estallase en llamas.
Respiró hondo, inundando los pulmones con la fragancia de su habitación, sabedora de que no volvería a olerla en mucho tiempo. Pesarosa, intentó respirar más hondo, pero el ajustado corpiño de su vestido la obligó a desistir.
Sus ojos, azules como el lapislázuli, recorrieron la estancia con parsimonia, deteniéndose en todos y cada uno de los objetos que decoraban la habitación, deseosa de descubrir algo importante que llevase. Pero al momento apartaba la vista, tan sólo recibiendo cariño material y ninguno especial para ella. Todos eran cosas de decoración o sólo habían sido compradas por un capricho, que ya había pasado y ahora no las necesitaba.
Se dirigió a su armario y abrió las dos puertas, intentando tener algo que llevar a la maleta.
Escogió unos sencillos vestidos y también camisetas y pantalones traídos expresamente para ella desde el mundo humano. Un par de rebecas, unos zapatos y algunas prendas más elegantes finalizaban todo lo que necesitaba. Echó las prendas a la maleta y corrió la cremallera sin éxito. Probó de nuevo, nada.
Furibunda, tiró la maleta al suelo, desparramando su contenido y se sentó en el borde de la cama, con las manos sobre el rostro y los ojos anegados en lágrimas.
La impotencia se apoderaba de ella con cada sollozo. Algo le decía que abandonar su reino no era ni por asomo la mejor de las opciones.
Tal vez sí para ella, pero no para su reino. Serena se retorció un cabello entre los dedos, como hacía siempre que estaba nerviosa o indecisa.
La puerta se abrió lentamente. La princesa se enjugó las lágrimas, avergonzada y se levantó, irguiéndose y atusándose el pelo, que le caía sobre la espalda como una cascada de oro.
Helios penetró en la habitación, con las alas plegadas contra su espalda, y la miró con preocupación. Ella volvió a sentarse y bajó el rostro.
Sin decir nada, el ángel recogió la maleta y volvió a meter las prendas y zapatos, para luego cerrarla sin esfuerzo y dejarla al lado de la princesa.
-¿Estás bien?- preguntó, apartando la maleta y sentándose al lado de la chica.
Ella asintió sin convicción y alzó la mirada, encontrándose con los dulces ojos gris claro de su ángel de la guarda.
-Es lo mejor- siguió él-, podrás volver cuando todo esté más controlado.
-Ah, claro- dijo ella indignada- ¿Cuándo Sálman haya conquistado también Ahlba y por lo tanto todo Valerian? Muy inteligente, sí.
-Vamos, no seas así- el ángel pasó un brazo por el hombro de ella y la atrajo hacia él- El reino volverá a ser tuyo, como siempre debió serlo.
Él se levantó, arrastrándola con él.
-El carruaje espera- anunció. Serena se volvió a por la dichosa maleta y ya en la puerta se detuvo un momento. Helios la miró inquisitivo.
-¿Vendrás conmigo?- preguntó preocupada.
-Hasta el fin del mundo si hace falta.

Erik se retorció en brazos de su agresor. Llegó a morder la mano que le aprisionaba los labios, haciendo que el otro soltara una maldición, aunque no lo soltó, la presa se tornó más débil.
-Espera, idiota- le dijo- sólo soy yo.
Erik dejó un momento de intentar zafarse, quedando helado ante la familiaridad de la voz. Se volvió mientras su agresor deshacía la presa, dejándole libertad y apartándose un poco. El joven lo miró con detenimiento. Era un chico de su edad, o algo mayor, de pelo ondulado y pelirrojo, con ojos verde oscuro.
Erik ladeó la cabeza graciosamente, sin dejar de buscar en su memoria algo que le recordara a ese extraño individuo.
-¿No te acuerdas?- preguntó el otro, confuso. Erik se encogió de hombros- Soy Jack, tío.
-¿Jack?
-Sí- Jack soltó un bufido- Joder, tu amigo del orfanato, ¿no recuerdas? Hicimos explotar la cocina junto con otro chaval. Y le quitábamos la dentadura a miss Hilder cuando dormía.
Erik rió. Por supuesto que se acordaba de Jack Wolfgang, su mejor amigo en el orfanato, hasta que los separaron.
-Claro que me acuerdo- dijo sonriendo- ¿Qué fue de tu vida?
-Bueno, no mucho. Cuando me echaron junto a los demás mayores de trece, decidí ir a Kaulib Kalée a vivir en compañía de los árboles- rieron ante su broma y Jack continuó- Pocos meses después, un hombre lobo me atacó y la primera luna llena de Diciembre me convertí. El mismo lobo que me atacó vino a recogerme, como manda la tradición, y me integró en su manada.
-¿Por qué volviste?
-Descubrí que no me va la vida en grupo. Si ya me costaba hacerte caso cuando hablabas, imagínate tener que soportar a veinte personas más dándome la vara.
-¿Tan sólo eran veinte?
-Claro, es la única manada en el bosque- respondió Jack, apoyando la espalda en la pared de ladrillo.
-¿Qué pasó con Valeria?- preguntó Erik, recordando a la hermana de su amigo.
-Tenía dos años menos que nosotros, así que supongo que se quedó en el orfanato. Pero ya la habrán echado.
-¿No piensas buscarla?
-No, en realidad nunca la aprecié mucho, y si no hubiera sido por ti, no me habría acordado de ella.
El joven moreno se encogió de hombros. Él tampoco había hecho mucho caso de Valeria, pero tampoco pensaba que Jack la abandonaría a su suerte.
-Probablemente también la hayan convertido en loba- dijo Jack, como leyendo el pensamiento de su amigo.
Erik lo miró inquisitivo.
-Al parecer, la familia Wolfgang lleva sangre de lobo, por eso somos convertidos cuando una manada anda cerca. Los hombres lobo tienen apellidos como Wölf, o Moonlight, o Shadow, sin embargo,los vampiros tienen apellidos rusos o polacos.
-Me gustaría conocer a algún vampiro- dijo Erik, curvando los labios.
Jack se encogió de hombros. Al menos había encontrado a alguien querido de verdad. No habían pensado mucho el uno en el otro en aquellos años fuera del orfanato, pero ahora sentían el no haberse buscado antes.
-¿Sabes que la princesa de Valerian viene a alojarse a Eulia?- informó el chico lobo.
-¿Aquí? Pues espero que no venga a Tráre, porque no se puede decir que hayas hostales de lujo.
-Al parecer la intentan proteger del rey de Nezrilia.
-Todavía me parece raro que Valerian tenga dos capitales.
-Ya, bueno, es un reino muy grande. Aunque seguramente se hospedará cerca del castillo de nuestro rey.
-Los nobles sólo se quieren entre ellos.
-Y a veces ni eso.

martes, 4 de enero de 2011

Capítulo uno.

I


Serena caminaba a un lado a otro de su habitación, con la mirada fija en el suelo y los brazos cruzados. Helios, su ángel de la guarda, la miraba con preocupación, con las alas caídas y la espalda apoyada en una pared.
-Vas a hacer un surco en la moqueta- dijo bromeando.
-Ese sería el menor de mis problemas- contestó la princesa, retorciendo un mechón de su cabello rubio entre los dedos. Alzó la vista y suspiró exageradamente.
-¿Qué piensas hacer?- preguntó Helios. La princesa se mordió el labio inferior y se encogió de hombros.
-Supongo que debo afrontar la guerra o dejar que Sálman ocupe el trono y reine en todo Valerian- contestó ella sentándose en la cama.
-Pero el trono era de tu padre. Eres tú la que debe ocuparlo, no ése señor con cara de rata mutante.
-Ya lo sé, Helios- dijo Serena desesperada- pero nuestras tropas son muy débiles y yo no sé dirigir un ejército.
El joven ángel se apartó de la pared y plegó las alas. Desde que Sálman, gobernante de Nezrilia, le declarara la guerra al reino de Ahlba, muchas personas habían abandonado la ciudad y el ejército se había reducido considerablemente.
Unos golpes vacilantes en la puerta sacaron a la princesa de sus pensamientos, que se levantó y atusó su vestido blanco.
-Adelante- invitó. Tras la puerta apareció una de las sirvientas más jóvenes del castillo, con mirada intimidada y expresión frágil.
-Su madre la llama, princesa Serena- anunció con voz aguda. Hizo una reverencia y abandonó la estancia con paso ligera.
Serena hizo un gesto a su ángel, que la siguió por el largo pasillo, hasta desembocar en un pequeño rellano con escaleras de madera de roble, que conducían a la parte inferior del castillo.
Tras la enorme puerta de dos hojas, la sala del trono se erguía con elegancia. Una alfombra roja y alargada conducía a un altar, dónde descansaba el trono, y en él la reina Eláine.
-Madre- saludó Serena con una elegante reverencia. Helios la imitó y se colocó a su espalda.
-Cielo, pensé que podríamos afrontar esto- comenzó a decir la reina con voz angustiada.
-Lo sé, madre.
-Lo único que nos queda, para que te puedas salvar, es que huyas de Valerian.
Serena alzó la vista, indignada y confusa. Ella quería permanecer allí y caer con su reino si hacía falta.
-De ninguna manera- respondió con voz más alta de la que hubiese querido- Me quedaré aquí y lucharé por el reino que padre me dejó.
-Serena- susurró Helios, agarrándola suavemente del hombro- la reina tiene razón. No servirá de nada una princesa muerta.
Serena miró a su madre, con los labios fruncidos mientras sopesaba la respuesta.

***

-¡Lárgate de aquí, rata callejera!- gritó el panadero, fuera de sus cabales. El joven salió de la tienda, con una sonrisa pícara surcando su rostro y varios trozos de pan en el bolsillo de la chaqueta. Su primera comida en mucho tiempo.
Una vez se encontró lejos de su perseguidor y asegurándose de que ningún guardia le seguía, extrajo su manjar y lo engulló con ansia.
Erik Abraham había nacido en uno de los barrios más pobres de Tríare, la capital del reino de Eulia. Tras una guerra civil diecisiete años atrás, su destartalada vivienda quedó destruida. Su madre fue asesinada y su padre, reclutado para el ejército del pueblo.
El chico fue llevado a un orfanato a las afueras de Tríare, dónde residió hasta los catorce años de edad. La directora creyó conveniente dejar sitios libres para los futuros niños sin hogar, así que expulsó a los mayores de trece años a la calle.
Después de eso, Erik consiguió sobrevivir a base de mendigar por las casas. Pero a medida que iban pasando los años, ya no daba pena a nadie, por lo que tuvo que robar a tiendas poco vigiladas y a transeúntes despistados.
Tragó saliva con tristeza. Había acabado con su comida y seguro que pasaría mucho tiempo antes de volver a probar bocado. Se llevó una mano hasta la mejilla derecha, acariciándose la cicatriz pálida, que cuando sonreía, parecía un gracioso hoyuelo.
Estaba bastante delgado y las costillas eran visibles a través de su sucia camiseta. El pelo, oscuro como el carbón, le caía sobre los ojos, azul transparente con pequeñas motitas más oscuras.
Dejó caer la mano y se acurrucó en la fría acera, con la espalda apoyada en la pared de un callejón sin salida. Se abrazó las piernas y colocó la barbilla sobre sus rodillas, intentando darse un poco de calor en aquel frío día, cercano a la fiesta del nacimiento de Zeus, cuándo las calles se adornaban con estrellas doradas y las personas se hacían regalos entre ellos, además de peregrinar a Alazanya a llevar ofrendas frutales y ambrosía al templo de Zeus.
La muchedumbre se había tornado más escasa conforme la noche se extendía en el cielo, salpicado de brillantes estrellas y el aire era más gélido. Las luces de las casas habían empezado a encender los callejones y el ambiente era enriquecido con olor a comida, que hacían protestar al estómago del joven.
Una silueta en movimiento hizo que el chico se levantara, asustado, preparado para huir. Agudizó la vista y el oído, pero no percibió nada fuera de lo corriente. Hizo ademán de sentarse de nuevo, cuando algo le agarró por los hombros y le tapó la boca, impidiéndole gritar pidiendo auxilio, aunque sabía que nadie correría a socorrerlo.

Scarlett Sylver

Mapa de Kaleist


Éste es el mapa de todo Kaleist.
Lo que está de azul son las capitales de los reinos, excepto Kaulib Kalée, que es un bosque sagrado, y Drakeer Tayfatt, que es un templo.